Hace algunos días recibí un comentario de un lector anónimo. Me emocioné, Jules, al fin alguien lee tu blog. Luego recordé que la pequeña fama que me habían procurado mis escritos del año pasado, me había hecho trastabillar. Sentía que el espacio privado de mi escritura se contaminaba ante la presencia, virtualmente inmediata, de otros, y un montón de patrañas por el estilo. Todas teorías funcionales a mi baja estima, y a mi tendencia al sedentarismo mental. Como sea, leí el comentario, que fue debidamente publicado en la entrada anterior, y para mi asombro, quien lo escribía, no estaba imbuido de ningún espíritu comentador, sino que promocionaba, a través de mi blog, el suyo. Como soy presa fácil de toda campaña de marketing que ande dando vueltas por ahí, hice click en el enlace...
Por una “extraña” coincidencia Totó estaba husmeándome como un perro. No seas cruel Jules, es sólo cuestión de aprender a poner límites, para no sentirte invadida con tanta frecuencia. Y como lo tenía respirándome en la nuca, vigilando cada paso que daba en la net, soltó una carcajada al compás de: Je je, este blog es mucho más popular que el tuyo…claro, las historias de desamor son más atractivas que las de amor.
Dibujé una mueca de fastidio, de ego herido, de vendetta mientras le decía telepáticamente: ¿Acaso te pensás que escribo historias edulcoradas sobre lo muy enamorada que me hacés sentir? Desde luego que no. No hay mayor desamor que el que habita en una historia de amor. Pero como Totó todavía no desarrolló el arte de escuchar mis puteadas telepáticas, ahí me detengo.
Entonces, desde que nacemos empezamos a morir, tomar conciencia de eso es francamente espantoso. Pensar en la muerte es encarnarla en el cuerpo, y luego, los benditos ataques de pánico, y el consecuente culto al rivotril que profesa nuestra generación. Lo mismo sucede con el amor. Debería decir, lo mismo me sucede…para qué generalizar, habiendo tantas parejas felices.
Así es como mariposas y murciélagos empiezan a aletear al unísono en mi estómago. El primer beso es la cuenta regresiva hacia el último. El ímpetu sexual de los comienzos, la antesala a la abstinencia de los finales.
Totó es, desde el momento en que se convierte en mi novio, mi futuro ex.
Intento buscar los orígenes de semejante derrotismo sentimental. Creo que la única vez que confié ciegamente en la profecía del para siempre fue en mis épocas de Carlos Bovary. Tenía veinte años, y era la primera vez que me enamoraba.
¿Será que en la acumulación de romances, el amor deja de surtir efecto? Cualquier frecuentador de drogas, haga uso o abuso, diría que nunca es como la primera vez. Entonces, Jules, el amor es como un viaje, y aunque dupliques la dosis cada vez durará menos.
Cuando era pequeña, Mamá Ané me contó una historia bastante impúdica ahora que lo pienso. Teníamos una vecina, joven y hermosa, una suerte de femme fatal que rondaba los treinta y escandalizaba al barrio con su soltería. Al verla pasar, Mamá Ané me advertía: tuvo tantos novios que al final se cansó de los hombres, y ahora es lesbiana.
Aparentemente era lesbiana la vecina. Décadas más tarde, la humanidad ha evolucionado hacia una mejor comprensión de las distintas identidades sexuales. Vamos Mamá, que uno no elige ser homosexual a causa de sucesivos fracasos amorosos.
Sin embargo, esas teorías retardatarias se instalan en la tierna cabecita de una colegiala. Y heme aquí, rondando los treinta, vaticinando mi último tiro al blanco heterosexual. Porque me cansé de los hombres, del vaivén amoroso. De que el hombre de mi vida se convierta en un desconocido en cuestión de segundos. A veces meses, o años, pero siempre en una recta temporal fatal e inevitable.
¿Será ese el destino de mi querido Totó?
Aunque en mis raptos de optimismo, me imagino que él tiene la llave que abre la puerta de mi madurez emocional. Y entonces lo miro fijo, hasta perder el foco y desdibujar sus facciones. Ahí es cuando, casi involuntariamente, me viene la imagen de Totó viejo. Y aunque este ejercicio tenga fundamentos ópticos, a veces pienso que es una visión de futuro.
Entonces soy feliz.
Devuelta
Hace 15 años