jueves, 28 de mayo de 2009

Una mente perversa al servicio del amor

Hace algunos días recibí un comentario de un lector anónimo. Me emocioné, Jules, al fin alguien lee tu blog. Luego recordé que la pequeña fama que me habían procurado mis escritos del año pasado, me había hecho trastabillar. Sentía que el espacio privado de mi escritura se contaminaba ante la presencia, virtualmente inmediata, de otros, y un montón de patrañas por el estilo. Todas teorías funcionales a mi baja estima, y a mi tendencia al sedentarismo mental. Como sea, leí el comentario, que fue debidamente publicado en la entrada anterior, y para mi asombro, quien lo escribía, no estaba imbuido de ningún espíritu comentador, sino que promocionaba, a través de mi blog, el suyo. Como soy presa fácil de toda campaña de marketing que ande dando vueltas por ahí, hice click en el enlace...

Por una “extraña” coincidencia Totó estaba husmeándome como un perro. No seas cruel Jules, es sólo cuestión de aprender a poner límites, para no sentirte invadida con tanta frecuencia. Y como lo tenía respirándome en la nuca, vigilando cada paso que daba en la net, soltó una carcajada al compás de: Je je, este blog es mucho más popular que el tuyo…claro, las historias de desamor son más atractivas que las de amor.

Dibujé una mueca de fastidio, de ego herido, de vendetta mientras le decía telepáticamente: ¿Acaso te pensás que escribo historias edulcoradas sobre lo muy enamorada que me hacés sentir? Desde luego que no. No hay mayor desamor que el que habita en una historia de amor. Pero como Totó todavía no desarrolló el arte de escuchar mis puteadas telepáticas, ahí me detengo.

Entonces, desde que nacemos empezamos a morir, tomar conciencia de eso es francamente espantoso. Pensar en la muerte es encarnarla en el cuerpo, y luego, los benditos ataques de pánico, y el consecuente culto al rivotril que profesa nuestra generación. Lo mismo sucede con el amor. Debería decir, lo mismo me sucede…para qué generalizar, habiendo tantas parejas felices.

Así es como mariposas y murciélagos empiezan a aletear al unísono en mi estómago. El primer beso es la cuenta regresiva hacia el último. El ímpetu sexual de los comienzos, la antesala a la abstinencia de los finales.

Totó es, desde el momento en que se convierte en mi novio, mi futuro ex.

Intento buscar los orígenes de semejante derrotismo sentimental. Creo que la única vez que confié ciegamente en la profecía del para siempre fue en mis épocas de Carlos Bovary. Tenía veinte años, y era la primera vez que me enamoraba.

¿Será que en la acumulación de romances, el amor deja de surtir efecto? Cualquier frecuentador de drogas, haga uso o abuso, diría que nunca es como la primera vez. Entonces, Jules, el amor es como un viaje, y aunque dupliques la dosis cada vez durará menos.

Cuando era pequeña, Mamá Ané me contó una historia bastante impúdica ahora que lo pienso. Teníamos una vecina, joven y hermosa, una suerte de femme fatal que rondaba los treinta y escandalizaba al barrio con su soltería. Al verla pasar, Mamá Ané me advertía: tuvo tantos novios que al final se cansó de los hombres, y ahora es lesbiana.

Aparentemente era lesbiana la vecina. Décadas más tarde, la humanidad ha evolucionado hacia una mejor comprensión de las distintas identidades sexuales. Vamos Mamá, que uno no elige ser homosexual a causa de sucesivos fracasos amorosos.

Sin embargo, esas teorías retardatarias se instalan en la tierna cabecita de una colegiala. Y heme aquí, rondando los treinta, vaticinando mi último tiro al blanco heterosexual. Porque me cansé de los hombres, del vaivén amoroso. De que el hombre de mi vida se convierta en un desconocido en cuestión de segundos. A veces meses, o años, pero siempre en una recta temporal fatal e inevitable.

¿Será ese el destino de mi querido Totó?

Aunque en mis raptos de optimismo, me imagino que él tiene la llave que abre la puerta de mi madurez emocional. Y entonces lo miro fijo, hasta perder el foco y desdibujar sus facciones. Ahí es cuando, casi involuntariamente, me viene la imagen de Totó viejo. Y aunque este ejercicio tenga fundamentos ópticos, a veces pienso que es una visión de futuro.

Entonces soy feliz.

miércoles, 13 de mayo de 2009

La mentira de Totó (segunda parte)

Cómo vine yo a despertarme un día con un novio en la cama, es algo que me pregunto y repregunto a cada paso que doy por la peatonal del microcentro.

Haciendo un resumen grosso modo de la cuestión, el nudo se habría desenlazado de la siguiente forma: Chica sensible al sufrimiento ajeno pone el hombro en señal de consuelo a Chico aquejado por las cuitas de una reciente separación. Ese metafórico “poner el hombro”, implicaba en el plano material un sinfín de cervezas heladas acompañadas por esa brisa tan particular de los días previos al verano, helados de chocolate y durazno tropical, improvisados en aquellas noches terribles de insomnio. Recomendaciones de películas y libros, y todo tipo de actividad que procurase distracción mutua. Totó se distraía de su duelo, Jules de su soledad.

Luego vino la traición de Totó, el beso con el que retribuyó tanta insincera amistad. Insincera, sí, porque ahora puedo ver que poco me importaba el dolor de Totó, sólo quería tener un novio sin tenerlo. No te entiendo, Jules. Eso, que quería disfrutar de la compañía de alguien lo suficientemente inofensivo como para que nunca se atreviera a hacer el movimiento de jaque. Y dentro de mis pequeños parámetros con los que mido el comportamiento humano, una persona recién separada no está pensando en adentrarse en vínculo alguno, con lo cuál Totó no representaba ningún peligro.

Una vez más la realidad se ocupó en demostrarme lo poco que me sirven mis ridículas teorías. Totó resultó ser el Kaspárov del amor, porque detrás de ese disfraz de treintañero rejuvenecido, demasiado ocupado en sus fantasías cinéfilas y en sus meditaciones obsesivas, se escondía un amante que, para mi sorpresa, denunció lo insatisfactorio que había sido mi pasado amatorio. En tan baja estima quedaron mis amantes de antaño, y no es que hayan sido pocos, pero Totó los convirtió en chiquillos sin experiencia alguna, a todos, sin excepción.

Naturalmente, a partir de aquella revelación, mis fobias me importaron muy poco, y me dije a mí y a mis amigas con este chico me caso. Las chicas festejaron porque me quieren ver ubicada hace rato, pero la más escéptica de todas, la propia Jules, me dijo: ojito Jules, no vayas a sostener una relación en tu mayor despertar sexual de todos los tiempos…¿qué me quise decir con esto? Que además de dejarme seducir por la performance del muchacho, debía poner especial empeño en conocerlo, y sólo luego de un análisis exhaustivo de sus pros y contras, concluir si era el novio ideal, u otra idea fantasiosa que de un hombre me había formado.

Desde luego atravesar los pantanos de mi fantasía, no es tarea fácil. Menos cuando el objeto de estudio es tan escurridizo como Totó, que no deja de distraerme con su repertorio de frases y gestos complacientes: que te paso a buscar por acá y te llevo acullá, que te acompaño a wherever se te cante el ass, incluso a una guardia ginecológica, un sábado a la noche, porque pensaste que te habías olvidado un tampón adentro que, frente a la mirada indignada del médico de turno, descubrís que nunca te lo habías puesto.

Y así Totó empezó a nadar en mi pecera, porque como él me dijo ante mi planteo número mil: te ví demasiado asustada como para hacerte nadar en la mía.

Entonces conoció a todas mis amigas y a todos los programas de fin de semana involucrados a las mismas. Sumérgete en mi pecera, pez, toma mi café con leche por las mañanas aún cuando por treinticuatro años no hayas tolerado el desayuno. ¡Sumérgete en mi pecera, pez!

De esta manera, pude ver concretado mi deseo de tener un novio sin tenerlo. Estás siendo desalmada Jules.

Luego de cuatro meses puse un cepillo de dientes de más en mi botiquín, para que nunca más tuviera que transportar el suyo en ese anti higiénico bolsillo trasero del pantalón.

Y eso es lo más real que logré tener del sujeto hasta ahora, un cepillo de dientes, fuera de eso, el resto permanece en el más absoluto misterio.

jueves, 7 de mayo de 2009

Prólogo

Hace algunos meses estaba sola, es decir sin novio, porque algunos dirán que solos estamos todos y bla bla, aunque eso yo no me lo crea demasiado. Para mí estar sola es no saber qué se cena en la semana, aunque un profundo rapto de intuición te diga “fideos con aceite, o nada”. O dormir abrazada, noche tras noche, a la almohada. O convocar a tus amigos desde el lunes, para la salida del fin de semana. Y disponer de tanto tiempo para actividades recreativas que, quién te dice, en cinco meses resultás ser una experta en repostería, bonsái, tejido al crochet, incluso en el mismísimo arte de construir formas con tapitas de gaseosa.

El encuentro sexual, el desquite de las hormonas, mejor dicho, es otro capítulo insoslayable en la novela de la soltera. Por ahí están los que piensan que los solteros tienen más sexo. Patrañas. Con más ganas, eso sí. Pero es como comerte un asado después de un viernes santo, y permítaseme hacer, una vez más, uso de la muy trillada metáfora de la carne para ilustrar esta cuestión. Yo fui vegetariana durante siete años, y nunca voy a olvidar aquella noche cálida en la que un asador me convenció de probar su entrañita (El corte vacuno, que no se preste a confusión) En el acto de masticar ese trozo jugoso y crujiente de carne, luego de siete años de abstinencia, encontré un éxtasis que jamás volví a recuperar en asados posteriores.

Esto, trasladado al plano amoroso-sexual daría la siguiente premisa: en tiempos de sequía, cuando el destino nos ofrece un buen revolcón, es todo un acontecimiento. Tal sería el origen de aquél mito que dice que los solteros tienen una vida sexual más frenética. Cómo no va a haber frenesí en un cuerpo que se encuentra con otro, luego de quién sabe cuántos encuentros sucesivos consigo mismo.

Jules, estás divagando. ¿Cuál era mi punto? Ah, que la vida de una soltera trae aparejada una serie de comportamientos y rutinas, que se podrían resumir en las cuatro o cinco pavadas antedichas: incertidumbres culinarias, un trato cariñoso con la almohada, desarrollo de nuevas e insospechadas habilidades en nuestro tiempo de ocio, agitada vida nocturna y sexo poco frecuente aunque provechoso. Si alguno de esos factores se altera, no hay mucho de que preocuparse, quizás tengas un amigo que te visita más de la cuenta.

Ahora que ocurre cuando todos los factores se suprimen dramáticamente, sin excepción. Nunca sucede de la noche a la mañana, no seamos tan ingenuos. Pero imaginemos que un día hacemos uno de esos chequeos de ¿cómo está mi vida hoy? Y descubrimos que, para nuestro asombro, hoy pensamos la cena desde el mediodía, la almohada se convirtió en un señor que ronca, no hay tiempo para bonsáis, los bares nos aturden y el sexo está tan al alcance de la mano, que difícilmente pensemos en ello.

El diagnóstico es inevitable: señorita usted ha comenzado una relación, comúnmente llamada noviazgo. Necesito un ansiolítico, esto no estaba escrito en ningún oráculo, cómo un amigo que te visita demasiado seguido puede convertirse en tu novio…no me lo explico.

Entonces o sobreviene el infarto, o ponemos el pecho a las balas…del amor.

Y así como una relación que termina demanda un duelo, una que empieza nos exige duelar la soltería, inevitablemente.

Ahora me repito: estoy de novia, estoy de novia, estoy de novia. Para convencerme y poder actuar en consecuencia.

Porque como novia siempre fui un desastre, una fila de ex novios podrían testimoniarlo al grito de: esta mujer está completamente loca!

Es que siempre me traté mucho mejor con la soledad que con los hombres. Lo que siendo un don en tiempos de soltera se convierte en una maldición cuando uno se enamora.

Ah, porque el sujeto en cuestión, El Novio, me ha conquistado por completo. Hasta el punto en que me hace desear no arruinarlo todo, pero quién sabe, quizás lo arruine, quizás no. Ay, qué desolador.

Por eso escribo mi propio manual de autoayuda, para intentar alcanzar un poco de claridad espiritual ahora que mi yo se confunde con el de otro, ahora que vivo en un caos de unión y desunión, de entregas y retrocesos, de amor y de egoísmos. Caos al que solemos darle el nombre de Pareja.

Jules, llegó la hora de decirle adiós a los numerosos amantes que habitan en tu cabeza, de considerar la posibilidad de que tu príncipe azul se haya encarnado en ese adorable hombre de ojos clarísimos y orejas de duende, que respira por la boca a causa de sus alergias crónicas y que prepara el desayuno todas las mañanas porque a vos se te hace taaaarde!!

Aunque en verdad, y esto es lo más aterrador, en vez de ser un príncipe libresco, es un hombre. ¡Y no yo sé cómo lidiar con personajes de carne y hueso!