miércoles, 29 de julio de 2009

Las conclusiones de La Astróloga y La Maga acerca del episodio de Bovary (y las terapias alternativas de Mamá Ané)

Abro mi casilla de mail, y otra vez el horror: Carlos me quiere ver. ¿Pasó algo?, le pregunto alarmada, porque me niego a creer que el mail que acabo de recibir forme parte del ritual que repetimos año tras año, y que consiste en aparecer cuando el otro justo está por olvidarnos, para recordarle que nunca, jamás, vamos a sobreponernos al amor que nos tuvimos.

“No, sólo tenía ganas de verte”

Las máquinas se volverán contra los hombres, pronosticaban las películas de los 80s, y nunca estoy tan de acuerdo como ahora, cuando quiero estrellar mi computadora contra la pared y maldigo la tecnología que permite que sea tan fácil el acecho fantasmagórico de un ex.

Sólo tiene ganas de verme, y con esa respuesta, Bovary me supone satisfecha.

Me muerdo las teclas para no escribirle: “a ver…¿y por qué me querés ver?” Pero como me reprimo, una vez más, mi cabecilla fatigada emprende la tarea de encontrar sus propias respuestas:

Me quiere ver porque se separó de aquella novia por la cuál el año pasado, cuando yo fui quien ofició de fantasma y, cansada de mi soledad, le decía que lo amaba; él me respondía: yo te amé mucho. Y con el uso del pretérito perfecto simple me refregaba en la cara que yo era la única idiota que no lo había superado. Hoy el idiota es él, de acuerdo con ésta teoría.

O no se separó nada de aquella novia, y me quiere ver para contarme que se casa o que va a ser padre. ¿Pero es tan indispensable que comparta su felicidad conmigo? Si a mí con saber que no es demasiado infeliz me basta.

Por último, me quiere ver porque es una persona adulta, que puede mantener una relación saludable con una ex novia, y cada tanto tomarse un café para intercambiar reflexiones acerca de la vida.

Y así, como jugando un partido de fútbol en el infierno, el pase de pelota siniestro de Carlos me pone ante la muy incómoda situación de tener que decidir: ver a mi ex/ no ver a mi ex.

Como no es algo que un alma en mis condiciones pueda decidir por sí sola, acudí a algunos especialistas.

Las conclusiones de La Astróloga fueron contundentes: alejáte del mecanismo histérico de Bovary. Te manda un mail luego de un año, cuando en el último encuentro te había rechazado de forma deshonrosa (es cierto Astróloga: me dejó desnuda en la cama porque no podía serle infiel a su novia), en el mail pregunta qué es de tu vida, tu respuesta parece conformarlo, y luego desaparece por un mes entero (30 días de angustia, abriendo día a día mi casilla en espera del mail funesto). Y finalmente llega, el “te quiero ver”, disfrazado de informalidad, cuyo único propósito es impedirte cortar lazos con el pasado.

Me voy de la sesión repitiendo el mantra: Jules, corta tus lazos con el pasado.

Y luego llega el turno de La Maga, mi amiga de pelo frenéticamente enrulado, que, incondicional a Totó, se despacha con sus teorías freudianas y concluye:

Que encontrarme con Carlos, mi ex, es desleal hacia Totó, mi actual.

Que para abrirme completamente a mi actual, Totó, tengo que cerrarme a mi ex, Carlos.

Que si le oculto a Toto mi encuentro con Carlos estoy sentando un mal precedente, pero si le cuento, también, porque lo voy a herir, y peor aún, voy a habilitar futuros encuentros de Totó con sus propias ex.

Que Carlos quiere verme porque corto con alguna novia, y sencillamente está caliente.

Finalmente opté por no manifestar mis inquietudes a nadie más, porque supuse que el voto negativo hacia Carlos iba a ser unánime.

Luego me fui a tomar el té con leche a lo de Mamá Ané, porque es la única persona con la que puedo compartir momentos de silencio, y el asunto de Carlos me había dejado un tanto huraña. Madre al fin, ese día tenía ganas de hablar, de comunicarme sus estados emocionales, maldita mi suerte, y ante mis gruñidos de perro al que se quiere despertar de una siesta, deslizó un comentario que me perturbó.

En su terapia de regresión a las vidas pasadas, estaba sanando mi alma y mi trabajo en esta vida respecto al amor infinito. Por lo que, me explicó, en este período podía llegar a padecer ciertas dolencias físicas o espirituales, típicas de los procesos de sanación.

Al margen de tener una madre trastornada, la verdad es que cuando me dijo “amor infinito” recordé el mail que acababa de recibir y se me anudó el estómago.

¿Será que superar mi relación con Carlos es un trabajo que me está costando más de una vida?

Y aunque no creo en la reencarnación, esa idea estrafalaria me estuvo dando vueltas en la cabeza algunos días.

Hasta que en la cola de un banco tuve una revelación.

Esa mañana Totó me había despertado acariciándome la cara mientras me decía “sos una muñequita”. Estuve todo el día con una sonrisa tonta acordándome de ese momento.

Y entendí que no hay mejor lugar para habitar que mi presente.

martes, 7 de julio de 2009

La crisis Bovary

El mail de Carlos B. desató la tragedia.

Luego de que mi inteligencia suspicaz arribara a la conclusión de que Carlos me escribió porque sí, o porque de verdad le bastaban un par de oraciones estúpidamente redactadas (por mí) para saciar su curiosidad de saber qué era de mi vida; luego de tanto naufragar por los vericuetos de mi mente mientras caminaba por la peatonal del microcentro, me dije: Carlos, te vas a cagar.

Pero el mal ya estaba hecho, un mail de Bovary tira más que una yunta de bueyes, así que a responderle con tus letras más ingeniosas, Jules, y a esperar la contra-respuesta “Dejo todo por vos”, la frase que dijo allá por el fin de siglo. En ese entonces respondí dejando todo por él, y hasta el día de hoy se me hace que esa frase funciona como la campana del experimento de Pávlov.

Sin embargo, el segundo mail de Carlos distaba mucho de ser una invitación a que destruya mi microcosmos actual, simplemente se despedía con el clásico “me alegro que estés bien, te deseo éxito en todo”, que es la muletilla con la que se despide en cada encuentro de esta nueva era.

La pesadilla en todo su esplendor…Carlos amagaba un supuesto interés, para despedirse luego con un desapego imperdonable hacia la mujer que lo amó tanto.

Luego tuve el sueño más extraño.

Estaba en una clase de latín (materia que curso actualmente en mi eterna carrera universitaria). Tenía de compañero a mi querido Totó, pequeña licencia onírica, porque él no pertenece a ese ámbito. El aula tenía más bien el aspecto de colegio secundario, mucho más pulcro y pequeño que el antro de puán. Allí estábamos, entonces, declinando puella, puellae, cuando la profesora pregunta algo parecido a “¿hoy no viene el chico brillante?”. Y en un haz de luz aparece él, Carlos Bovary, era el Carlos de los veinte, previo al flagelo de la calvicie. Me mira intensamente y yo lo amó con una profundidad… que quiero que el pobre Totó desaparezca ipso facto (a tono con la clase en la que se desenvuelve el drama). En el sueño Carlos ya es mi ex, pero yo resguardo a Totó de tal información. Así que mi inconciente se despacha con tremendo nudo simbólico en el que Carlos, Totó y yo asistimos a una misma clase; yo de novia con Totó, amando a Carlos en secreto, Totó desentendido de todo y Carlos como el objeto de deseo pesadillesco.

Eso es todo lo que recuerdo, a mitad de la noche lloré en voz alta y Totó me sacudió porque supuso que estaba ante otra de mis pesadillas. En realidad ya estaba despierta, pero explicarle a Totó que lloraba porque extrañaba a Carlos era una crueldad, y me hice la dormida.

Jules, todo este asunto del mail de tu ex te colapsó la cabeza. Y sí, me vi a mí misma dentro de veinte años, caminando desaliñada por el barrio, mientras las vecinas les advierten a sus hijas “esta es la loca que nunca superó a su ex”.

Y desde luego tanto regurgitar el pasado trajo como consecuencia la catástrofe del presente…con Totó estoy más desencontrada que nunca. Una vez más, señoras y señores, Jules se siente sola.

Me ilusiono con que todo forma parte de la muralla Bovary que construí para que nadie acceda a mi fortaleza, pero Totó tiene ganas de entrar…y yo de permitirselo, a veces.

Aunque también pienso que la aparición de Carlos encierra en sí misma una pregunta tácita: “sos verdaderamente feliz con este hombre, lo amás con toda la convicción con la que me amaste a mí”.

Pensar en esa respuesta me deja sin aire…estoy desolada.